look at the stars, look how they shine for you...
Demian siempre con sus cabellos negros.
Demian, ese nombre casi demoníaco que sólo un Fausto pudiese comprender.
La dulzura del comienzo entre los amantes astrales, esos que grabaron sus amoríos en un beso por cada estrella en el firmamento.
Con cuánto amor acercaron todo el macrocosmos de sus seres, con cuánta poética y pusilánime ternura se fueron aproximando al homenaje, temiendo explotar en el encuentro pero también inevitablemente atraídos por una gravedad incomprensible entonces.
Ambas miradas se cierran, ambos labios se disponen a un próximo aterrizaje. Un cometa desde Demian, otro desde Andrómeda, miles de chispas de diferentes colores, estallidos de luz, calor, energía y destrucción.
Y al fin, al final chocan ambas galaxias, Demian se pierde en Andrómeda, Andrómeda en Demian, Demindrómeda...
¿Qué nos queda Demian? ¿Qué sino arrojarnos a la causalidad del universo? Simplemente, dejar que las estrellas iluminen la nada que es la oscuridad espacial, no veo nada más que tu cuerpo, no sé si quiera que mires tu.
A ella, a Andrómeda.
Otro re-encuentro, dentro del encuentro, los núcleos de ambos sistemas vivos y anhelantes chocan, explotan. Dentro del silencio se escucha un estallido.
Y la nada fue un todo, y el todo fue una nada. Y así se creó el universo, cuando Demian amó.
And I saw sparks, yeah I saw sparks
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